El hijo que tendríamos juntos creció en el vientre de otra. Ella te
besó y yo también; con ambas dormiste y soñaste. De forma simbólica lo
gestaste en mí, aunque me hayas abandonado.
Sí, se supone que ella es la madre, pero si ese bebé es tuyo y tú eres mío, ¿no es en parte también mi hijo? (sí, eres mío, aunque no me hables, aunque me evites, aunque hayas puesto esa ridícula orden de alejamiento). Si hasta se llamará Damián como tu padre, así lo habíamos planeado. Es mío, es mío, no lo niegues, Ricardo. No puedes culparme por querer estar con él, por abrazarlo.
Debo decirte algo importante: hoy, por la ventana, vi a Luisa hablando por teléfono, sentada en un sillón, riendo y acariciando su panza de 5 meses. No vas a creer lo que pasó: la chancha de mierda empezó a tomar. Sí, la muy puta, embarazada, estaba tomando cerveza. La impotencia me hizo llorar. Actué por ira, Ricardo; actué por amor e instinto materno.
Yo tenía que salvar a Damián de ella. Amarré a Luisa a la cama, y con un cuchillo, cercené delicadamente su vientre, buscando el útero. Antes de quedar inconciente, la mamá del año no paraba de gritar, que “no me mates”, que “piensa en mi guagua”. Le contesté: “eso hago, perra”. Había mucha sangre: en su torso, en mis manos, en el cubrecamas que solía ser blanco. Luisa parecía un maniquí pálido, iluminado solo por la luz que venía de la calle. Cuando empezó a brotar un líquido transparente, supe que mi ángel pronto llegaría a la Tierra.
Así nació nuestro chiquito: apenas lo tomé en brazos, se quedó dormido. Está muy quieto, creo que será un niño tranquilo. Tiene los ojos grandes como los míos, pero lo más hermoso es que sacó tu nariz; sí, Ricardo, tu naricita. Míralo, mi amor, por favor míralo; sé que estás en shock, esto también me emociona. Llora todo lo que quieras. Por favor, habla despacio, no grites, querido: podrías despertar al Damiancito.
Sí, se supone que ella es la madre, pero si ese bebé es tuyo y tú eres mío, ¿no es en parte también mi hijo? (sí, eres mío, aunque no me hables, aunque me evites, aunque hayas puesto esa ridícula orden de alejamiento). Si hasta se llamará Damián como tu padre, así lo habíamos planeado. Es mío, es mío, no lo niegues, Ricardo. No puedes culparme por querer estar con él, por abrazarlo.
Debo decirte algo importante: hoy, por la ventana, vi a Luisa hablando por teléfono, sentada en un sillón, riendo y acariciando su panza de 5 meses. No vas a creer lo que pasó: la chancha de mierda empezó a tomar. Sí, la muy puta, embarazada, estaba tomando cerveza. La impotencia me hizo llorar. Actué por ira, Ricardo; actué por amor e instinto materno.
Yo tenía que salvar a Damián de ella. Amarré a Luisa a la cama, y con un cuchillo, cercené delicadamente su vientre, buscando el útero. Antes de quedar inconciente, la mamá del año no paraba de gritar, que “no me mates”, que “piensa en mi guagua”. Le contesté: “eso hago, perra”. Había mucha sangre: en su torso, en mis manos, en el cubrecamas que solía ser blanco. Luisa parecía un maniquí pálido, iluminado solo por la luz que venía de la calle. Cuando empezó a brotar un líquido transparente, supe que mi ángel pronto llegaría a la Tierra.
Así nació nuestro chiquito: apenas lo tomé en brazos, se quedó dormido. Está muy quieto, creo que será un niño tranquilo. Tiene los ojos grandes como los míos, pero lo más hermoso es que sacó tu nariz; sí, Ricardo, tu naricita. Míralo, mi amor, por favor míralo; sé que estás en shock, esto también me emociona. Llora todo lo que quieras. Por favor, habla despacio, no grites, querido: podrías despertar al Damiancito.